sábado, 31 de diciembre de 2011

Cómo es la gente de tu pueblo?

¡Hola, amigo!

En reuniones de amigos, en el bar, en fiestas familiares, etc. solemos ponernos a “filosofar” sobre la realidad social del país. Mirando otras comunidades, empezamos a quejamos de lo que somos y tenemos.

     Cada uno de nosotros tiene una percepción sobre la realidad que nos rodea y el diálogo nos puede ayudar para ampliar nuestros horizontes. No se trata de tener una mirada ingenua sobre la “realidad”. Pero creo que tampoco debemos ser tan parciales para terminar viendo sólo un aspecto de nuestra sociedad. Y lo que decimos del país, nos suele pasar con el barrio o con nuestro pueblo o ciudad.

     Te propongo compartir un cuento (1) que puede ayudarnos a tener una mirada más “realista” de nuestra comunidad.

“Un joven recién llegado a un pueblo preguntó a un anciano que estaba acompañado por su nieto: '¿Cómo es la gente que vive aquí?' El anciano le contestó con otra pregunta: '¿Cómo es la gente del lugar de dónde vienes?' El joven dijo: 'Muy egoísta, pero sobre todo envidiosa y vengativa'. Entonces, el viejo replicó: '¡Qué casualidad... es la misma gente que encontrarás aquí!'


     Poco después llegó otro joven que le hizo la misma pregunta que el anterior. También el anciano le respondió igual: '¿Cómo es la gente del lugar de dónde vienes?' El joven reflexionó un momento y le contestó: 'Se puede confiar en ella. Es amable, justa y demuestra mucho amor hacia los demás'. A lo que el anciano le dijo: '¡Qué casualidad! Es la misma gente que encontrarás aquí'.


     El nieto, sin entender nada y bastante sorprendido, le preguntó a su abuelo: '¿Por qué has hecho eso, abuelo? A cada uno le has dicho una cosa distinta'. Mirándolo fijamente a los ojos, le respondió: 'Decide qué rostro llevarás por dentro y ése será el que muestres a los demás. No eres responsable de la cara que tienes. Eres responsable de la cara que pones'.

     Muchas veces vemos lo que queremos ver. Y la realidad y las personas con las que convivimos nos reflejan “la cara que ponemos”. ¿No te parece?

     Hasta el próximo encuentro.


Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com

(1) cfra: Francisco Cerro Cháves y otros, Cientos de cuentos parábolas para todos,  Ed. Monte Carmelo, 2003.



martes, 20 de diciembre de 2011

Deciles que los querés

¡Hola amigos! Llega la Navidad. Todos tratamos de prepararnos. ¿Dónde nos reunimos? ¿Qué llevás vos?

     Todos llevamos un poco de ensalada de fruta… Cada familia se prepara para seguir sus tradiciones. El paso del tiempo también nos puede poner nostálgicos, porque “¡Navidades eran las de antes!” o porque este año no podremos reunirnos como hacíamos siempre, o porque algún miembro de la familia ya no está físicamente.

     Es muy importante poder reunirnos a celebrar, y por eso es bueno preparar la reunión. Pero a veces no podremos estar con todos los que quisiéramos. Por eso hoy quiero invitarte a preparar otro aspecto de la Navidad, que tiene que ver con el modo como nos relacionamos. Dios se hace hombre y nace en un Pesebre para establecer un nuevo tipo de relaciones con Él y entre nosotros.


     Quiero compartir con ustedes el testimonio de Dennis, un profesor que dicta sus clases a personas adultas. Creo que puede ayudarnos a preparar la Navidad.

“En una clase que doy a personas adultas, recientemente hice lo "imperdonable". ¡Dejé tarea a los alumnos! La tarea era "acercarse durante la siguiente semana a alguien a quien amen y decirle que lo aman. Tiene que ser alguien a quien nunca le hayan dicho esas palabras con anterioridad o, al menos, con quien no las hayan compartido desde hace mucho tiempo.


     No parece una tarea muy difícil, hasta que nos detenemos a analizar que la mayoría de los hombres en ese grupo tienen más de 35 años y fueron criados en la generación a la que le enseñaron que expresar las emociones no es de "machos". El demostrar los sentimientos o llorar (¡ni Dios lo quiera!) no se hacía. Por lo tanto, fue una tarea muy amenazante para algunos.


     Al principio de nuestra siguiente clase, pregunté si alguien deseaba compartir lo sucedido cuando confesaron a alguna persona que la amaban. Esperaba que una de las mujeres se ofreciera como voluntaria, como casi siempre sucedía, pero esa noche, uno de los hombres levantó la mano. Parecía bastante conmovido y un poco impresionado. Cuando se puso de pie (su estatura es de 1.88 metros) empezó a decir: "Dennis, la semana pasada me enfadé bastante con vos cuando nos dejaste esta tarea. No sentí que tuviera a alguien a quien decir esas palabras; además, ¿quién sos vos para sugerirme que haga algo tan personal? Sin embargo, cuando conducía hacia mi casa, mi conciencia empezó a hablarme. Me dijo que sabía con exactitud a quien necesitaba decir "te amo". Hace cinco años, mi padre y yo tuvimos un altercado y nunca lo solucionamos. Desde entonces evitamos vernos, a no ser que sea absolutamente necesario, como en Navidad y en otras reuniones familiares. Incluso entonces, apenas si nos hablamos.


     Por lo tanto, el martes pasado, cuando llegué a casa, me había convencido a mi mismo que le diría a mi padre que lo amaba. Es extraño, pero el solo hecho de tomar esa decisión pareció quitarme un peso de encima. Cuando llegué a casa, me apresuré a entrar para comunicarle a mi esposa lo que iba a hacer. Ella ya estaba en la cama, pero la desperté. Cuando se lo dije, no sólo se levantó, sino que lo hizo con rapidez, me abrazó y, por primera vez en nuestra vida matrimonial, me vio llorar. Permanecimos levantados hasta la medianoche, bebiendo café y charlando. ¡Fue maravilloso! A la mañana siguiente, me levanté temprano y alegre. Estaba tan entusiasmado que apenas si pude dormir. Llegué temprano a la oficina y logré hacer más en dos horas que lo que hacía antes en todo un día. A las 9:00, llamé a mi papá para ver si podía visitarlo después del trabajo.


     Cuando contestó el teléfono, sólo dije: "Papá, ¿puedo visitarte esta noche después del trabajo? Tengo algo que decirte". Mi papá respondió malhumorado: "¿Y ahora qué?" Le aseguré que no tomaría mucho tiempo y finalmente aceptó. A las 17:30, estaba en la casa de mis padres y llamaba a la puerta, orando para que papá abriera la puerta. Temía que si mama la abría, me acobardara y se lo dijera a ella en vez de a él. Sin embargo, por suerte, papá abrió la puerta. No perdí tiempo. Di un paso y dije: "Papá, sólo vine a decirte que te amo." Fue como si mi papá se transformara. Ante mis ojos, su rostro se suavizó, las arrugas parecieron desaparecer y empezó a llorar. Extendió los brazos, me abrazó y dijo: "También te amo, hijo, pero nunca he podido decírtelo". Era un momento tan precioso que no quería moverme. Mamá se acerco con lágrimas en los ojos. Yo sólo moví la mano para saludarla y le di un beso. Papá y yo nos abrazamos durante un momento más y después me fui. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan maravillosamente.


     No obstante, ése no es mi punto. Dos días después de esa visita, mi papá, que tenía problemas cardíacos, pero que no me lo había dicho, sufrió un ataque y terminó en el hospital, inconsciente. No sé si logrará recuperarse. Por lo tanto, mi mensaje para todos ustedes en la clase es éste: no esperen para hacer las cosas que saben necesitan hacer. ¿Qué habría sucedido de haber esperado para decírselo a mi papá? ¡Tal vez no vuelva a tener la oportunidad! ¡Tomen tiempo para hacer lo que necesitan hacer y háganlo ahora!”.

     Interesante la tarea que nos deja Dennis: acercarnos a alguien a quien amamos y decirle que lo amamos. ¿Te animás?

     ¡Que pases una linda semana y una MUY FELIZ NAVIDAD!

     Hasta el próximo encuentro.

Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com





miércoles, 14 de diciembre de 2011

De la bronca a la esperanza

Acercándose la finalización del año corremos el peligro de que el cansancio se nos vuelva desánimo. Las injusticias reiteradas, los egoísmos exacerbados o la gris rutina cotidiana pueden hacernos perder la esperanza. Pero en el fondo pienso que tantas “malas noticias” pueden despertar en nuestros corazones el anhelo de la buena noticia. Por eso este tiempo de preparación para la Navidad puede ser una oportunidad para empezar a curar tantos desánimos en nuestras vidas y en nuestra sociedad.


     El profeta bíblico nos convoca nuevamente: “¡Consuelen a mi Pueblo!” Pero ese consuelo no tiene que estar motivado por la lástima. Tampoco puede ser sólo un analgésico que no cure las heridas profundas.

     En el texto que hoy quiero compartir con ustedes, el Padre Mamerto Menapace nos enseña un sabio camino para superar los desánimos y hacer nacer la esperanza.
 
     “La desesperación no es un camino sin salida. El camino sin salida es el del desanimado. El de aquél que ha perdido el coraje de seguir peleando porque la experiencia le ha lastimado la esperanza.


     El desanimado ha perdido el sentido de la lucha. Tal vez peor: la fuerza para luchar. Es entonces cuando es necesario hacerlo crecer hasta la desesperación, suscitándole la bronca. La bronca sembrada sobre el desánimo hace nacer la desesperación.


     Y la desesperación superada, eso es la esperanza.


     Por eso me parece imposible suscitar la esperanza en un desanimado a través de la compasión. Un desanimado no necesita de la lástima. La lástima es el responso sobre el desanimado. Al desanimado hay que llevarlo a la bronca, a fin de que sacudido en su vergüenza asuma la desesperación y la supere. Allí, reconquistado el valor fundamental de su vida, emprenderá la lucha. Lucha que no pondrá sus garantías en las fuerzas personales, ni en las dotes de su naturaleza, porque de ellas se tiene la experiencia de su fragilidad. Hasta cierto punto, sobre ellas el desánimo ha hecho la amputación de su capacidad de ser garantías.


     La garantía se pone sobre algo mucho más profundo y más in-agarrable. Sobre algo mucho más nuestro, en definitiva, sobre el misterio de nuestra propia vida. Mi vida tiene un sentido. El vivirlo es lo que me permitirá ser. Esa convicción profunda es un acto profundo de fe en sí mismo. O mejor: es algo que llevamos por dentro y que nos puso en camino. Creer que mi vida tiene un misterio que puede ser cumplido, saber que eso existe y que aunque no lo veo es lo único que da apoyo real a mi vida y a mis opciones, es algo que me hace superar la desesperación.


     Pero insisto. Sólo la bronca puede llegar a hacernos crecer hasta la desesperación, esa actitud profundamente humana, que no nos deja admitir que nuestra vida carezca de sentido. Y es la fuerza que el desanimado necesita para no dejarse estar. La desesperación no es la desesperanza. La desesperanza es carecer de esperanza, es la situación de no tener ya esperanza. Mientras que la desesperación es la situación de no tener aún esperanza y por lo tanto la urgencia tenaz por conquistarla.


     En la práctica, pienso que hay situaciones en las que sólo nos queda una actitud humana razonable: sembrar con fe en el surco del amor para que poco a poco vaya creciendo la esperanza”. (1)

     Hasta el próximo encuentro.

Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com   

[1] Mamerto Menapace, La sal de la tierra, Editorial Patria Grande, Buenos Aires, 1977.