miércoles, 23 de noviembre de 2011

Las apariencias engañan

Viste que las cosas no siempre son como parecen. Como dice el refrán: “Las apariencias engañan”. Y es que nuestra mirada sobre la realidad siempre es parcial y condicionada por infinidad de circunstancias. Al no tener en cuenta esto, muchas veces terminamos confundiendo la realidad con nuestra mirada sobre la realidad. Nos quedamos con la cáscara y tiramos el huevo. Los seres humanos tenemos la capacidad de acercarnos a la verdad, pero ese camino requiere un esfuerzo al que no siempre estamos dispuestos en nuestro mundo dominado por el “compre ya”.


     Cuando se trata de nuestras relaciones interpersonales, ¡cuántas veces nos quedamos con lo exterior del otro, o lo interpretamos desde las “etiquetas” que les ponemos! Juzgamos y condenamos demasiado rápido, dividimos en bandos, enarbolamos banderas… Evidentemente no se trata de vivir con la indiferencia de un cambalache: “¡Todo es igual, nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!”. Pero deberíamos dedicar el tiempo y el esfuerzo necesarios para analizar las situaciones y fundamentalmente para darle al “otro” la posibilidad de manifestarse. Recordar el consejo que recibimos de niños: “¡Antes de decir algo, contá hasta diez!”.

     No en vano Jesús nos pide tomar conciencia de los troncos que tenemos en nuestra mirada. Sólo así la pelusa en el ojo ajeno adquiere su justa dimensión. Si superamos una mirada corta, rápida y superficial, la complejidad de nuestra realidad y el misterio de cada persona siempre pueden sorprendernos. Sería bueno dedicar el tiempo y el esfuerzo necesarios para que no nos pase como a las personas de esta historia:

     “En un reino no muy muy lejano, un grupo de personas se divertían con el tonto del pueblo, un pobre infeliz de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y recibiendo limosnas.


     Diariamente, algunos hombres llamaban al tonto al bar donde se reunían y le ofrecían elegir entre dos monedas: una de tamaño grande de cincuenta centavos y otra de menor tamaño, pero de un peso. Él siempre tomaba la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.


     Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no se había dado cuenta de que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió: ‘Lo sé señor, no soy tan tonto..., vale la mitad. Pero el día que elija la otra, el jueguito se termina y no voy a ganar más mi moneda’”.

     Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:

     La primera: quien parece tonto, no siempre lo es.
     La segunda: ¿cuáles son los verdaderos tontos de la historia?
     La tercera: una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos.
     La cuarta, y la conclusión más interesante: podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan los demás de nosotros, sino lo que nosotros mismos estamos dispuestos a ser.

     “El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser tonto delante de un tonto que aparenta ser inteligente”...

     Si agudizamos y profundizamos nuestra mirada sobre la realidad, y fundamentalmente sobre las personas, todos podemos colaborar para que nuestro siglo XXI no siga siendo un cambalache. ¿No te parece?

     Hasta el próximo encuentro.


Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com





viernes, 4 de noviembre de 2011

No hay peor sordo que el que no quiere oír

¡Cuánto bien nos hace el diálogo, la escucha, el compartir! ¡Qué importante es saber escucharnos! Por eso comparto con ustedes una historia que me ayudó a replantearme “desde dónde” nos escuchamos.


     Dos amigos andan juntos por una calle de una gran ciudad. Los envuelve el ruido multiforme de la ciudad moderna.

     Los dos amigos son diferentes y se nota en su andar. Uno es alemán, hijo de la ciudad, criatura del asfalto. El otro es un yogui hindú. Está de visita. Lleva ropas anaranjadas y mirada inocente. Anda con pies descalzos que se apresuran para seguir a su amigo.

     De repente el yogui se para, toma del brazo a su amigo y le dice: “Escucha, está cantando un pájaro”. El amigo alemán le contesta: “No digas tonterías. Aquí no hay pájaros. No te detengas”. Y sigue adelante.

     Al cabo de un rato el yogui disimuladamente deja caer una moneda sobre el pavimento. El amigo se detiene y le dice: “Espera. Se ha caído algo”. Sí, claro. Allí estaba la moneda sobre el adoquín.

     El yogui sonríe. “Tus oídos están afinados al dinero, y eso es lo que oyen. Basta el sonido mínimo de una moneda sobre el asfalto para que tus oídos estén atentos y se detengan tus pies. Estás a tono con el dinero, y eso es lo que oyen tus oídos, lo que ven tus ojos y lo que desea tu corazón. En cambio estás desafinando ante los sonidos de la naturaleza.


     Tienes muy buen oído, pero estás sordo. Y no sólo de oído, sino de todo. Estás cerrado a la belleza, a la alegría, a los colores del día y a los sonidos del aire. Andas desafinado”.

     El pájaro sí había cantado.

     Escuchamos lo que queremos o lo que “nos acostumbraron” a escuchar. Te invito esta semana a escuchar más allá del sonido de nuestras monedas. Te invito a escuchar el sonido del corazón de los miembros de tu familia, de los vecinos, de los compañeros.

     ¡Qué bueno que aprendamos a escuchar la voz del pueblo, porque “la voz del pueblo es la voz de Dios”!

     Pidamos al Buen Dios, que nos regale un oído atento a su Palabra; que aprendamos a escucharnos.

     Hasta el próximo encuentro.


Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com