martes, 11 de octubre de 2011

Ponete en mi lugar

¡Hola! ¿Cómo estás?

     ¿Viste que cuando queremos captar la atención de nuestro interlocutor solemos pedir: “Ponete en mi lugar”? Más aún, cuando no nos sentimos comprendidos, cuando anhelamos compasión, solemos reclamar: “¡Ponete en mi lugar!”.

     Muchas de las “interferencias” en las relaciones interpersonales se generan porque nos cuesta ponernos en el lugar del otro. Ponernos en el lugar del otro requiere un cambio de perspectiva. Para dar este pequeño gran paso necesitamos dejar de mirarnos a nosotros mismos y acercarnos con amor al sufrimiento de quienes nos rodean.

     Leí alguna vez esta historia. Me parece que puede ayudarnos a entender cómo muchas veces reclamamos compasión olvidándonos que, como dice Alberto Cortez, somos los demás de los demás.


"El dueño de una veterinaria estaba clavando un letrero sobre la puerta que decía “Cachorros para la venta”. Letreros como ese atraen a los chicos, y así fue que un niñito apareció bajo el letrero.
- ¿Cuánto cuestan los cachorros? – preguntó.
- Entre cien y cuatrocientos pesos –le respondió.
El niño buscó en sus bolsillos y encontró dos billetes y unas cuantas monedas.
- Tengo veintiséis pesos –dijo– ¿puedo verlos, por favor?
El dueño sonrió y dio un silbido. De la perrera salió Laika, corriendo por el pasillo de la veterinaria seguida por cinco diminutas bolas plateadas de pelaje. Uno de los cachorros se retrasaba considerablemente detrás de los otros.
- ¿Qué pasa con ese perrito? –dijo el niño señalando al cachorro que rengueaba rezagado.
El dueño del negocio le explicó que el veterinario lo había examinado, y había descubierto que no tenía la cavidad del hueso de la cadera. ¡Siempre sería rengo! El niño se emocionó.
- ¡Ése es el cachorro que quiero comprar!
- No tenés que comprar ese perrito –le dijo el señor–. Si realmente lo querés te lo regalo.
El niño se molestó un poco. Miró directamente a los ojos del señor, y señalándolo con el dedo índice le dijo:
- No quiero que me lo regale. Ese perrito vale tanto como los demás, y pagaré todo su valor. En efecto, le daré veintiséis pesos ahora, y cincuenta pesos mensuales hasta que lo haya pagado completamente.
- No creo que quieras comprar ese perrito –replicó–. Nunca va a poder correr, ni jugar, ni saltar con vos como los demás cachorros.
En ese momento, el pequeño se agachó y arremangó su pantalón para mostrar su piernita, retorcida y sujeta por una gran abrazadera ortopédica de metal.
- ¿Ve? –replicó suavemente el niño mirando al dueño de la tienda– yo tampoco corro muy bien, ¡el cachorrito necesitará a alguien que lo entienda!"

Cuando a causa de nuestras angustias pretendemos que los demás “se pongan en nuestro lugar”, sería bueno pensar que esos mismos dolores nos capacitan para ponernos en el lugar de los que sufren, porque también ellos necesitan alguien que los entienda.

“Apagamos la luz que, por amor a los demás,
encendió en una cruz, Él, que murió por los demás;
porque son ataduras, comprender a los demás,
caminamos siempre a oscuras sin contar con los demás”
(Alberto Cortez, "Los demás")

Los cristianos creemos que Dios se puso en nuestro lugar, haciéndose hombre como nosotros en Jesús. Él se puso en nuestro lugar y por eso “nos entiende”. Así nos manifiesta su compasión (padecer-con).

     Hasta el próximo encuentro.




Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com




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