Cuando se acerca la fecha se escuchan todo tipo de opiniones acerca del tema. Desde quienes demonizan la fiesta, pensando que si sus hijos se disfrazan de vampiros, estarán rindiendo culto al mismo Lucifer, hasta quienes dicen: “Es una fiesta inocente, burlesca y sin ninguna connotación religiosa o filosófica”. Por eso, muchas instituciones educativas las promueven “porque divierte mucho a los niños”. Ese parece ser el más fuerte argumento: ¡es divertido!
El nombre halloween es la deformación norteamericana del término, en el inglés de Irlanda, «All Hollows´ Eve»: Vigilia de Todos los Santos. Debido a la costumbre inglesa de contraer los nombres para una pronunciación más rápida y directa, esto derivó en el definitivo "halloween", aunque la fiesta religiosa original nada tiene que ver con la celebración del halloween actual.
Esta antiquísima fiesta cristiana llegó a Estados Unidos junto con los inmigrantes irlandeses, que tenían una profunda devoción por los santos. Pero se remonta, en realidad, a tiempos anteriores al cristianismo. Hacia el siglo VI antes de Cristo, los antiguos celtas del norte de Europa celebraban el 1 de noviembre como el primer día del año. En el siglo VIII, el cristianismo colocó la fiesta de Todos los Santos el 1 de noviembre, quedando así la noche del 31 de octubre, como la Vigilia de esa gran fiesta. Sin embargo el halloween que hoy se celebra muy poco tiene que ver con los celtas, y menos aún con la fe cristiana. Es un fenómeno “made in EEUU”… y “for export”.
Obviamente, inmersos en la globalización cultural (y comercial), no podía pasar mucho tiempo sin que también nuestros pueblos latinoamericanos “adoptaran” los nuevos “cultos” de la sociedad de consumo. Así también por nuestras pampas, asistimos en halloween a una proliferación de artículos más o menos macabros, como calaveras, esqueletos, brujas, vampiros, tableros ouija (juego de la copa), y un sinfín de productos en la línea del ocultismo.
Aparentemente no se presenta como una oferta religiosa, sino como una parodia de la religiosidad, con fines preferentemente consumistas: vender productos de carnaval, además de espacios publicitarios en las películas de terror y sitios en internet. Halloween se propone comercialmente como una fiesta joven, divertida, diferente, «transgresora». Y aquí, niños y adolescentes son los destinatarios privilegiados del nuevo producto...
Pero tampoco puede considerarse como un mero fenómeno comercial. Para darse cuenta de la magnitud del fenómeno, basta consultar cuánto ha crecido entre niños y adolescentes la creencia en el contacto con los difuntos -de tipo espiritista- y el miedo a fenómenos ocultistas, o el interés por lo paranormal. Si bien la culpa no es de la fiesta de halloween, ella se ha vuelto parte de la propuesta cultural que prolifera ya en gran cantidad de películas, telenovelas, dibujos animados y videojuegos.
No pienso que haya que condenar demonizando la fiesta, pero sí informar al menos sobre el origen y sentido del fenómeno, y verla como una excelente oportunidad para hablar de los Santos, la muerte y la Vida Nueva (en vísperas del 1 y 2 de noviembre) anunciando la Buena Noticia del amor de Dios que nos salva, rescatándonos de toda forma de mal.
Se puede y se debe hacer fiesta. No hay que tener miedo del halloween «malo», y por esto hay que conocerlo bien. Halloween, de todas formas, no se puede ignorar, y forma parte ya del escenario de nuestros tiempos.
Seguir a Jesús, y celebrar los Santos en la víspera del 1 de noviembre, es celebrar la vida, la victoria del amor sobre el odio, la victoria de la vida sobre la muerte, la victoria de Jesucristo que es nuestra, porque estamos unidos a él. Enseñarle a los niños el verdadero contenido de la fiesta en una visión crítica, es parte de una educación responsable.
Hasta el próximo encuentro.
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Extractado de Miguel A. Pastorino, Halloween,
¿Qué hacemos?, en www.religionenlibertad.com
Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com