Ser papá en una sociedad sin padre
Hola amigo.
¡Feliz Día para todos los papás!
Desde hace 10.000 años, al surgir el patriarcado, el varón asumió, sin la compañía de la mujer, demasiadas tareas: ser jefe de la familia, organizar la vida pública, crear y ordenar el Estado, manejar los mecanismos de poder, hacer la guerra… “A todas estas tareas se asoció la ideología de que debía ser fuerte, eficiente y vencedor. Nunca podía fracasar ni perder, pues debía ser el pequeño dios sobre la tierra.
Las sociedades modernas han llegado a tal grado de complejidad que han superado la capacidad de gestión y de control del hombre, que se ha transformado en un dios cada vez más irrisorio. Podía fracasar… y fracasó. No es dios, sino un simple mortal, débil que llora y clama socorro. Pero la sociedad le sigue pasando facturas que no sabe cómo atender. De ahí el eclipse de la figura tradicional del padre. La crítica anti-patriarcal se ha convertido en una crítica anti-padre, que ha acarreado una pérdida considerable para la familia y para los hijos/hijas.
Este hecho no representa en sí mismo una aberración, sino un fenómeno propio de las modernas sociedades masificadas. Pero es fundamental distinguir entre los modelos de padre y el principio antropológico del padre. Una sociedad que, al criticar un modelo de padre (el patriarcal), llega a afectar con una crítica sin discernimiento el principio antropológico paterno, comienza a perder el rumbo, ve crecer la violencia, asiste a la demolición de la autoridad y permite que impere la falta de límites en las relaciones sociales. Está próxima al caos o está condenada al retorno del padre, pero ahora bajo la forma pervertida del autoritarismo, de la dictadura y del terrorismo de Estado.
Gracias a Dios también podemos reconocer que por todas partes surgen figuras concretas de padres (padres, tíos, abuelos, parejas de las madres, hermanos mayores, docentes, pastores, etc.) que se inmunizaron contra la marca patriarcal y, dentro de la nueva sociedad emergente y mundializada, viven con dignidad, trabajan, cumplen sus deberes, muestran responsabilidad y determinación y, de esa manera, cumplen la función arquetípica y simbólica para con los hijos, función indispensable para que maduren su yo y, sin perplejidades y traumatismos, ingresen en la vida autónoma, hasta que sean padres y madres.
La figura de san José, el padre de Jesús, nos puede ayudar. No se trata de comparar modelos de padre, el de san José y el contemporáneo. Son tan distantes que prácticamente no hay puntos de contacto. Pero lo que nos interesa para los padres contemporáneos son las actitudes, los valores y las virtudes vividas por san José. Éstas son humanas y pueden inspirarnos.
La paternidad sana y vigorosa de san José fue la base para la experiencia espiritual de Jesús, que llamó a Dios Abbá (Papá). Si Jesús en su vida mostró extrema intimidad con Dios, llamándolo en el lenguaje infantil Abbá, significa que vivió una experiencia similar, de extrema intimidad, con su padre José.
San José nos ayuda en el retorno al padre. Su modo de vivir la paternidad puede enriquecer la identidad de los padres y suscitar en ellos audacia para enfrentar los desafíos de la sociedad moderna, especialmente en la fase de globalización de la humanidad”. (1)
En nuestra sociedad que experimenta la ausencia de la figura paterna, ¡cuánto tenemos que valorar y acompañar a tantos varones que se esfuerzan por ser verdaderos padres para sus hijos e hijas, alumnos y alumnas, sobrinos/as, nietos/as, hermanos/as menores, vecinos/as, comunidades de fe, etc.!
A todos estos verdaderos papás, les deseo un muy feliz día.
¡Que pasen un lindo domingo en familia!
Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com
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(1) cfr. Boff, Leonardo. San José, Padre de Jesús en una sociedad sin padre. Editorial Sal Terrae, Maliaño, Cantabria, 2007. Páginas 172-180
domingo, 17 de junio de 2012
jueves, 7 de junio de 2012
El tiempo vivido
El tiempo vivido
Hola amiga/o.
Hoy quiero hacerte una invitación. Te invito a que dejes salir al buscador/a que hay en vos para que puedas vivir en plenitud y muy feliz la vida que se nos ha regalado.
Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando; es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de sus abuelos. Luego de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos, la pequeña ciudad. Un poco antes de llegar, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores; la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada. Una puerta chiquita de bronce lo invitaba a entrar.
De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y comenzó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Sus ojos eran los de un buscador, quizás por eso descubrió, sobre las piedras, aquella inscripción: “Pedro, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”.
Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Ésta decía: “Juanita, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”.
El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, era una tumba. Una por una empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años...
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. “No, ningún familiar” -dijo el buscador- “¿Qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la terrible maldición que pesa por sobre esta gente, que los ha obligado a construir un cementerio de chicos?”
El anciano sonrió y dijo: “Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré... Cuando un joven cumple los quince años, sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí colgando del cuello. Es tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado... y a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media?... Y después... la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso, ¿cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?... ¿Y el embarazo y nacimiento del primer hijo?... ¿Y el casamiento de los amigos?... ¿Y el viaje más deseado?... ¿Y el reencuentro con la familia?... ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas? ¿Días?... Así... cada momento que disfrutamos lo vamos anotando en la libreta... cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre, abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque ése es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido”.
Amiga/o, te deseo que seas muy feliz. Por eso te invito a ser un buscador y valorar el tiempo vivido.
Hasta el próximo encuentro
Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com
Hola amiga/o.
Hoy quiero hacerte una invitación. Te invito a que dejes salir al buscador/a que hay en vos para que puedas vivir en plenitud y muy feliz la vida que se nos ha regalado.
Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando; es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de sus abuelos. Luego de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos, la pequeña ciudad. Un poco antes de llegar, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores; la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada. Una puerta chiquita de bronce lo invitaba a entrar.
De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y comenzó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Sus ojos eran los de un buscador, quizás por eso descubrió, sobre las piedras, aquella inscripción: “Pedro, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”.
Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Ésta decía: “Juanita, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”.
El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, era una tumba. Una por una empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años...
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. “No, ningún familiar” -dijo el buscador- “¿Qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la terrible maldición que pesa por sobre esta gente, que los ha obligado a construir un cementerio de chicos?”
El anciano sonrió y dijo: “Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré... Cuando un joven cumple los quince años, sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí colgando del cuello. Es tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado... y a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media?... Y después... la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso, ¿cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?... ¿Y el embarazo y nacimiento del primer hijo?... ¿Y el casamiento de los amigos?... ¿Y el viaje más deseado?... ¿Y el reencuentro con la familia?... ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas? ¿Días?... Así... cada momento que disfrutamos lo vamos anotando en la libreta... cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre, abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque ése es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido”.
Amiga/o, te deseo que seas muy feliz. Por eso te invito a ser un buscador y valorar el tiempo vivido.
Hasta el próximo encuentro
Jorge Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com
Morteros, Córdoba (R.A.)
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