En tiempo de cacerolas... sopa para todos!
Hola amigo:
Hace unos meses me sorprendió la picardía de un comerciante que en la vidriera de su tienda había colocado un cartel que realmente llamaba la atención de los transeúntes. Aprovechando lo “famosa” que se hizo últimamente la expresión, con grandes letras escribió en la vidriera: “Ropa para todos”.
Sin lugar a dudas es imprescindible construir una comunidad donde se viva la justicia para que las cosas alcancen para todos. Juan Pablo II nos enseñaba: “Existen mecanismos que, por encontrarse impregnados no de auténtico humanismo sino de materialismo, producen a nivel internacional ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres. No hay regla económica capaz de cambiar por sí misma estos mecanismos. Hay que apelar en la vida internacional a los principios de la ética, a las exigencias de la justicia.” (1)
Cuenta la historia que cierto día un peregrino muerto de hambre llegó a un pueblo y, como en todos lados, donde pedía comida se la negaban porque su aspecto era bastante andrajoso, pensó en hacer algo para conseguir alimento. Dijo tener una piedra mágica con la que podía hacer la sopa más rica del mundo.
Una vecina le preguntó qué podía hacer para lograrlo, y el peregrino le pidió una olla enorme con agua hasta la mitad. Hicieron un buen fuego y, a la vista de todos en medio de la plaza, pusieron el agua a hervir con la piedra adentro.
La gente, movida por la curiosidad, se fue acercando. Era algo raro en el pueblo, porque los vecinos nunca hacían nada juntos. El peregrino probó el agua cuando ya estaba tibia y dijo que era exquisita, pero que estaría mucho mejor con un poco de sal y pimienta. Una vecina corrió a su casa para traer lo que el hombre solicitaba.
El peregrino volvió a probar la sopa, y exclamó: “¡Deliciosa! Lo único que necesita son unas papas y cebollas.” Un aldeano se apresuró a conseguirlas. Y con el mismo entusiasmo y curiosidad se repitió la escena al pedir verduras y un poco de carne. La gente fue a buscarlos y hasta trajeron pan y frutas.
Se sentaron a disfrutar de la espléndida comida, sintiéndose extrañamente felices de compartir, por primera vez, la sopa para todos.
Aquel hombre extraño desapareció dejándoles la milagrosa piedra, que podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.
Con la cooperación se alcanzan resultados extraordinarios, aún cuando se parta de contribuciones pequeñas o incluso insignificantes. Esta es la fuerza milagrosa que tiene el compartir.
¿Qué les parece: lo que es de todos no es de nadie, o lo que es de todos nos incumbe a todos?
Hasta el próximo encuentro.
Un abrazo.
Jorge F. Trucco
E-mail: jftrucco@gmail.com
(1) Juan Pablo II, Discurso Inaugural en
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